jueves, 27 de octubre de 2011

HISTORIAS CON GUSTO - LOS CROISSANTS


Según "El Mundo de la Repostería" publicado por diario El País de Uruguay, cuenta la historia sobre los croissants , infaltables protagonistas de la pastelería.
nacieron en Austria a fines del siglo XVII como celebración del fin del sitio otomano a la ciudad de Viena.
En 1683, los soldados otomanos luego de conquistar las regiones a orillas del Danubio, decidieron cercar Viena. Como no lograron vencer esa resistencia, decidieron actuar de noche y cavaron un túnel por debajo de las murallas defensivas. Los panaderos nocturnos oyeron los ruidos y dieron la voz de alerta. Gracias a ellos, Viena desbarató el plan turco y la ciudad fue liberada. En recompensa, estos trabajadores fueron honrados por el emperador.
Se dice que los panaderos, como agradecimiento elaboraron dos panes diferentes: uno con el nombre del emperador y el actual croissant, como burla hacia los turcos otomanos, cuyo símbolo era la medialuna.
¡Gracias panaderos vieneses por burlarse y así permitirnos degustar esta exquisita factura junto con el mate!
Aquí va la receta para hacerlos en casa.
INGREDIENTES
-25 grs. levadura
-300 ml leche
-500 grs. harina
-1 cucharada de sal
-50 grs. azúcar
-Ralladura de naranja (opcional)
-250 grs. manteca
PREPARACIÓN
Colocar la levadura en un recipiente y disolverla en una parte de leche tibia. dejar reposar hasta que duplique su volumen.
Disponer l harina en forma de volcán junto con la sal y el azúcar. perfumar con ralladura si lo desean. Verter en el centro l mezcla de levadura y leche y agregar la leche restante. Integrar los ingredientes con las manos. Una vez formado el bollo, tapar y dejar levar a temperatura ambiente.
Una vez doblado su volumen inicial, bajar la masa hundiendo los dedos en ella. Estirar la masa en superficie de mármol, hasta formar un rectángulo de 3 mm de espesor. Untar la mitad de la masa con manteca bien blanda. Doblar la masa sin manteca sobre la anterior. Espolvorear con harina y estirar. Llevar al refrigerador por 30 minutos o más envuelta en papel film.
Volver a estirar, doblar nuevamente como la primera vez (sin manteca). Repetir 3 veces la tanda de dobleces. Después de cada uno, debe ir al refrigerador por 30 minutos.
Una vez que la masa está pronta, estirarla en forma rectangular -30 x 40 y 3 mm de espesor.
Cortar la masa por la mitad y luego en diagonal para formar triángulos.
Tomar la base del triángulo y enrollarla en dirección a la punta y doblarlas hacia adelante para darle la forma de croissant.
Distribuirlos en una asadera. Batir un huevo con un poco de leche y pintar las piezas.
Dejar levar a temperatura ambiente.
Cocinar en horno precalentado a 200ºC durante 20 minutos. Retirar, dejar enfriar, preparar el mate....y lo demás corre por su cuenta!!!.



martes, 4 de octubre de 2011

La caja del amor - 3er. PREMIO CONCURSO INTERNACIONAL NARRATIVA- CLUB DE LEONES EL PINAR











La caja del amor

Angélica tomó el tren de las trece y treinta. Cuando arribó a la estación del poblado en aquella soleada tarde de octubre, no había nadie en las calles. Caminó hasta la gasolinera para pedir información, en una hamaca había un señor que tapaba su cara con un sombrero.

-Buenas tardes. ¿Me podría indicar dónde puedo encontrar a Julián Nogueira?-, preguntó.

El hombre descubre su rostro, la mira y señala con su mano:-Allí, en el bar -.

-Gracias Señor-, contesto y cruzó la calle.

Era un viejo edificio con altas ventanas de madera al igual que la puerta. Entró, en ese recinto parecían estar reunidos todos los hombres del pueblo. Todos giraron sus cabezas hacia ella, sintió sus manos transpirar, la respiración se agitó, pero siguió caminando hacia el mostrador de mármol, ignorando los ojos clavados en su espalda.

-Busco a Julián Nogueira-, dijo ella.

- Yo soy Julián Nogueira-, contestó la persona detrás de la barra. Estaba frente a la máquina de café, se dio vuelta y la miró.

-Soy la hija de María Abreu- dijo con un hilo de voz.

El ambiente en el bar cambió por completo, los presentes quedaron estáticos, no más murmullos, sólo el aroma al café recién preparado inundaba el local. El hombre sorprendido la miró y preguntó:

-¿María Abreu de Villa Viñoles? ¿Cómo está ella?-.

-Mi madre murió hace dos meses. Dejó esto para usted-, contestó Angélica mientras le daba una pequeña caja marrón que extrajo de su bolso.

La mirada de Joaquín cambió, sus ojos se entrecerraron y su ceño se tornó adusto. Tomó la caja y le sirvió a la joven una humeante taza de café. Al abrirla sacó un pequeño sobre, metió sus dedos y de él extrajo un mechón de cabello y una nota escrita por María que decía:- Es de Angélica, nuestra niña-. Julián contuvo las lágrimas.

–Nunca me enteré que había tenido una hija-, dijo en voz muy baja, como para que los presentes no se enteraran. - Don Alfonso, tu abuelo, no me quería y no quise que ella pagara las consecuencias, por eso me fui. Le dejé una carta con tu tía Lucía, allí le explicaba todo-, terminó diciendo mientras sus manos acariciaban la caja.

- La tía se la entregó mucho tiempo después y mamá no se lo perdonó nunca. Murió llamándolo, por eso estoy aquí-, dijo Angélica.

Julián seguía acariciando la noble madera como queriendo recordar aquellos días de amor a escondidas que vivió junto a María. Toda ella era belleza y armonía, deseaba esos encuentros junto al arroyo más que cualquier cosa, a sabiendas que si su padre se enteraba, el castigo para ella sería terrible. No tenían futuro como pareja, don Alfonso no quería saber nada de Julián debido a su pasado ya que había estado envuelto en un robo tonto, de adolescentes. Al recibir noticias de su primo en la capital, decidió irse del pueblo para siempre. Con ese pensamiento fue a su encuentro para decirle que esa sería la última tarde junto al río, pero no dijo nada, la hermosa presencia de María inundó el lugar, se abrazaron y los cuerpos se enredaron en un largo y placentero abrazo. Al regresar a su casa, Julián le escribió una carta, era una forma cobarde para dejarla pero ya no podía demorar más el adiós. Al anochecer se la entregó a Lucía, hermana de María y nunca más volvió al pueblo, tampoco tuvo noticias de ella. Ahora tenía frente a él, a su hija, muy parecida a su bella madre, el mismo color de pelo, sus ojos almendrados y la sonrisa tímida. Todo eso pasaba por la mente de Julián mientras apretaba la cajita de madera que él le había tallado para un cumpleaños. Miró a la joven y volvió sus ojos a la caja. Una foto y una cadena eran los objetos que estaban dentro. Tomó primero la joya que él le había regalado para el primer aniversario. Era de oro con un pequeño dije en forma de corazón. La compró con sacrificio y se la entregó un atardecer, cuando la esperó a la salida de misa.

La foto era de María en blanco y negro. Se la tomó un fotógrafo en la plaza del pueblo. Fue un día festivo y ella tenía un hermoso y lánguido vestido con moños y puntillas. En el reverso ella había escrito: “A mi amor en silencio” y se la regaló. Julián la tenía siempre en su mesa de noche. En una de esas peleas tontas, él se la devolvió.

La joven lo mirba, sus ojos decían más que su boca, la taza ya no humeaba y para romper ese inquietante momento le dijo – El café se ha enfriado, prepararé más-. Angélica sintió compasión por aquel hombre, su madre siempre le había dicho que era un ser sensible a pesar de su forma tosca pero su tía Lucía decía que era un sinvergüenza sin corazón. Hoy comprendió que su padre podía conmoverse con objetos que hacía casi veinte años no veía. Deseó abrazarlo pero eso no se vería bien ante tanta concurrencia y permaneció sentada. Julián trajo dos aromáticas tazas y cuando le dio la de ella, Angélica dijo, -Tu café tiene el mismo aroma que el que preparaba mamá-, y le brindó una hermosa sonrisa. Él sintió que era el momento justo y dio la vuelta al mostrador, se acercó a ella y le preguntó:

- ¿Puedo?- . Angélica asintió con la cabeza y él le dio un cálido y apretado abrazo. La joven se dio cuenta cuánto había necesitado ese gesto en su vida, le agradeció primero en silencio y luego con palabras que Julián, aun hoy, conserva en sus oídos y corazón: – Gracias, Papá-.

viernes, 25 de marzo de 2011

Dos montañas y tres mujeres


Leyendo el libro AYER MENOS CUARTO Y OTRAS CRONICAS del poeta dominicano Pedro Mir, encontré un hermoso ensayo sobre las mujeres de América que nos han representado y hecho conocer más allá de fronteras como Juana, Gabriela y Alfonsina. En este mes quiero compartir la parte medular del mismo.


"Resulta que aquellas mujeres no tenían niños que amamantar y no tenían por qué plegarse a la respestuosidad reverente de los hombres. Recogieron la lira abandonada en los bosques de Grecia y se la trajeron, no menos amorosamente que como se trae una criatura, precisamente a ese cono sur que hoy vemos tan agitado, tan turbulento en la porción latinoamericana del Nuevo Mundo.

Un nuevo estremecimiento lírico recorrió la espina dorsal de la lengua española. La voz de la mujer se apoderó de los ecos.

Juana de Ibarbourou resonó como un trueno por encima de la cordillera de los Andes. Era uruguaya, pero se la proclamó Juana de América. "Tómame ahora que aún es temprano". Una poesía estrictamente femenina, sin magisterios, sin estrambotes, sin acadenia. Pero llena de una autenticidad artística que no se había escuchado desde Rubén.

Alfonsina Storni sacudió la modorra literaria con otra autenticidad, más trágica, más triste, inclusive más atrevida en el uso del lenguaje y en la búsqueda de esencias artísticas. Era argentina, pero su voz caminó mucho continente antes de anegarse en su suicidio de Mar del Plata y revitalizó las fuerzas paralizadas del parnaso latinoamericano.

Luego reventó-porque esos son los vocablos aproximantes, aunque impresionistas- la voz densa, firme, masculina. de Gabriela Mistral. Gabriela era chilena, pero sus versos eran universales. Se fue más allá de las fronteras del idioma y se coronó en Suecia con el reconocimiento del mundo.

La influencia de estas tres mujeres en el culto de la poesía en la América Latina, tal vez no haya sido debidamente justipreciada. Puede deberse a una visión limitada de la influencia del propio Rubén, en el sentido de ignorar que su muerte produjo una brusca sequedad en las fuentes de donde mana el flujo de la poesía latinoamericana.

De modo que el desconocer que se produjo esa sequía impide reconocer el beneficio de la lluvia que descendió de esas grandes nubes paridas que fueron la Ibarbourou, Alfonsina y la Mistral.

Esa podría ser una razón. pero hay un hecho interesante. Y es que en esa porción del hemisferio se creó un clima extremadamente propicio para la explosión poética y muchos de los más ilustres nombres del primer cuarto de siglo de poesía hispanoamericana brotaron precisamente por aquellos senderos..." - Pedro Mir - Revista "Ahora" Nº 517, 8 de octubre de 1973.


En pocas y bellas palabras, una imagen de las mejores poetisas de América, que abrieron el camino de las letras para miles más.


viernes, 4 de marzo de 2011

PEDRO MARIPOSAS- Tributo a Pedro Mir- Poeta Nacional Dominicano



















2º PREMIO CONCURSO INTERNACIONAL DE NARRATIVA- CLUB DE LEONES DE ROCHA

No conocí personalmente a don Pedro Mir, exquisito poeta dominicano, pero conozco a la mayor parte de su familia.
Me hubiera gustado compartir con él, veladas interminables de café, vino, cigarrillos, filet mignon y poesías. Su espíritu indómito y delicado supo con palabras breves pero evocativas describir una isla como Dominicana que está en el mismo trayecto del sol. A ese ser que partió dejando en cada una de sus páginas palabras bellas en versos sorprendentes, mi humilde homenaje titulado "Pedro Mariposas", evocando a aquellas hermanas cruelmente asesinadas por orden del tirano que no permitía libertad de pensamiento y que don Pedro supo evocar muy bien en su "Amen de Mariposas".

A don Pedro Mir, con todo mi respeto.

PEDRO MARIPOSAS

“A don Pedro Mir, poeta dominicano”

Todas las tardes Pedro salía de la escuela, dejaba los útiles sobre la poltrona de su padre, tomaba una manzana, el calderín, un frasco, un balde y salía rápido hacia el río. No importaba el clima, daba lo mismo si la temperatura superaba los treinta grados o llovía torrencialmente, él siempre bajaba de prisa, porque ese era su propio momento, su secreto mejor guardado que sólo confesaría frente a alguna situación importante. Cada día al regresar de clases América le preguntaba a donde iba, le pedía que se sentara a merendar correctamente, pero él sólo decía – “Voy al río. No te preocupes, estaré bien”.

Pedro adoraba el río, tenía su lugar, una especie de bahía pequeña rodeada de juncos, algunos camalotes y una piedra que era su asiento. Llegaba, miraba las quietas aguas y como media hora después aparecían ellas, para Pedro ese tiempo era una eternidad. Eran hermosas, venían de a tres o cuatro, raras veces muchas más, se posaban en los juncos u otros arbustos y permanecían allí hasta que el sol se disponía a retirarse. Al principio Pedro intentó acercárseles pero ellas se fueron rápidamente y no regresaron. Después comprendió que sólo debía observarlas y así lo hizo. Desde entonces ellas llegan y no le temen, es más, pareciera que quisieran ser vistas de cerca por ese niño que con sus ojos negros que se agrandan con una lupa se acerca a ellas, algunas se meten en el calderín y él aprovecha a contar sus rayas y luego escribe en una pequeña libreta el tamaño, los colores de sus alas y a pesar de no conocer mucho acerca de mariposas, sabe que todas son diferentes aunque no lo parezcan. Cuando regresa a la casa, repasa lo escrito en su libretita y comienza a dibujar. Sus trazos son rápidos, suaves, armoniosos y los colores parecen sacados del arco iris. Pedro ama a estos insectos, diría que los idolatra, los estudia tan detalladamente que les ha puesto nombres a algunas de ellas. La primera que vio tenía las alas color anaranjado con rayas negras. Al mirarla detenidamente notó unos puntos y cuando los amplificó con la lupa, estos parecían formar las letras “M” y “T”, entonces antes de soltarla para que siguiera su vida, Pedro la bautizó María Teresa. Ese fue su primer dibujo que colgó en su cuarto, en la pared frente a su

cama y cada noche antes de dormir, lo mira y deja volar su imaginación. A veces sueña que se sube a una mariposa y ésta lo lleva por selvas, montañas o ciudades que no conoce, otras veces, cientos de ellas lo toman de sus ropas y lo transportan por el aire cruzando montañas y pueblos hasta que lo depositan a la orilla de un gran lago done hay miles de mariposas y otros insectos multicolores. Ese es su secreto, su amor por las mariposas. Ninguno de sus ocho hermanos sabía acerca de esto, tampoco América ni su padre, todos creían que él iba al río a pescar y a dejar volar su imaginación, porque siempre fue un niño muy despierto e inquieto a pesar de que muchas veces sus pulmones le jugaban una mala pasada, sobre todo en época de lluvia, cuando se mojaba y regresaba con sus ropas empapadas y su madre lo retaba y lo mandaba a la cama por dos o tres días. Cuando esto sucedía, Pedro aprovechaba para dibujar y pintar con colores brillantes a estos insectos.

La segunda mariposa que fue bautizada se le posó en el hombro una tarde que amenazaba tormenta. Parecía asustada, se le había prendido a su camisa que se le dificultó sacarla sin hacerle daño. Las alas eran de color muy pálido, casi blanco con amarillo hacia el centro. Tenía unos pequeños puntos más oscuros que parecían formar un mapa, le recordó al de su país, República Dominicana, entonces decidió llamarla “Patria”. Ella permaneció con él hasta que cayeron las primeras gotas de lluvia, entonces en un revolotear de alas, se marchó. Pedro la miró irse con un dejo de tristeza en su rostro, no sabía bien por qué, pero esa mariposa tenía algo especial. No bien regresó a la casa la dibujó, hermosa, importante, con sus alas desplegadas formando el contorno de la isla y escribió “Patria” con tinta china a modo de firma. Su hermano Luis Emilio pensó que el dibujo era sobre una compañera del colegio y comenzó a hacerle bromas al respecto, incluso durante el almuerzo del domingo, cuando toda la familia estaba reunida en el gran comedor, dijo “Pedro tiene novia, se llama Patria”. El silencio de apoderó de los comensales restantes. Luego las risitas de sus hermanas se oyeron sofocadas por las servilletas pero fue su padre, quien habló, “Pedro tiene derecho a tener amigas, pero en la escuela no hay ninguna niña que se llame Patria”.

Para él eso fue un alivio, ya que no debía dar explicaciones, pero no fue así. “¿Quién es ella?” – preguntó su madre. - “No es nadie”, respondió Pedro.

Sus hermanas se hablaban por lo bajo tratando de adivinar quien era pero ninguna conocía a alguien con ese nombre, ni siquiera en el otro pueblo. Terminado el almuerzo, Pedro se fue a su habitación, retiró de la pared los dibujos de mariposas y los guardó en una maleta. No quería que nadie supiera su secreto.

Al otro día, cuando regresó de la escuela para cumplir con su ritual de bajar al río, América lo ataja diciéndole: - “Niño, ven para acá. Cuéntame que haces en el río”. Pedro sintió un escalofrío pero la miró a los ojos y le contestó, –“Voy a pescar y a veces escribo, por eso llevo la libretita”.

- “Así que vas a pescar, bien. ¿Y por qué nunca has traído pescados para la cena?”.

Pedro no había esperado esa pregunta, así que en buscó en su mente una respuesta que pareciera verdadera. -“Los echo al río, madre. No me gusta verlos morir”. Esa respuesta le agradó a ella quien prosiguió con el interrogatorio. -“Bien… ¿y Patria, quien es?”.

Pedro tenía la respuesta planeada porque sabía que en algún momento América o su padre le preguntarían por eso.- “Es nuestro país, sólo que lo dibujé en las alas de una mariposa. Lo que sucede que Luis Emilio no entiende nada. ¿Ya puedo irme? “.

Su madre lo miró fijamente a los ojos, le sonrió y asintió con la cabeza. Pedro salió corriendo de la casa para llegar al río casi exhausto. Se sentó en la piedra y apenas tuvo tiempo de sacar sus anotaciones cuando vio a una mariposa azul, grande, bella, con dos pequeñas colas que salían de sus alas posteriores. Estaba sola, ninguna otra surcaba el aire de aquella apacible tarde de febrero. Se acercó con el calderín tímidamente, ella permaneció posada en el junco como adueñándose del paisaje, sus alas desplegadas tenían el color del cielo y en la parte anterior de las mismas, rayas de color azul profundo formaban una especie de triángulo escaleno. Inmediatamente pensó en la clase de geografía de América Latina del día anterior. Sonrió y en tono muy dulce le dijo, “Te llamaré Argentina”. Regresó a su casa contento, decidió no dibujarla ese día para que su hermano no tuviera la oportunidad de ir con la noticia al resto de

la familia. Al otro día, en la clase la maestra propuso pintar objetos de color azul y Pedro dibujó la

mariposa más hermosa que de sus pequeñas manos haya diseñado. La guardó junto con las otras en su maleta debajo de la cama, maleta que con el tiempo lo acompañó a otras latitudes cuando el dictador decidió que no era persona grata por sus ideas.

Los años pasaron, Pedro se recibió de abogado, escribió en diarios y revistas, y desde otras improvisadas patrias, compuso versos inigualables que hablaban de su isla pequeña “ubicada en el mismo trayecto del sol”.

Hoy no está, su pluma no recorre frenéticamente el papel ni salpica hojas con sabiduría y rimas multicolores como sus amados insectos. Dejó un legado hermoso pero por sobre todo, como adivinando lo que vendría, aquellas mariposas que poblaron su imaginación de niño se convirtieron en leyenda, cuando María Teresa, Patria y Argentina Minerva Mirabal fueron asesinadas y él, con su pluma incansable las inmortalizó en “Amen de Mariposas”.


lunes, 3 de enero de 2011

Año nuevo, problemas viejos


Hace mucho que no entraba por aquí, no porque no tuviera algo que contar (siempre se tiene), es que mi mente estaban en otra cosa. Me propuse este año, escribir más seguido, así que de la propuesta al hecho, sólo hay una conexión. Y aquí vamos.

El título viene a cuenta de algo que sucedió hace algunas horas.

-¿Dónde está mi carpeta que la dejé aquí sobre la mesa? - pregunta Alguien.

-¿Cual carpeta? -repregunta Otro.

-La roja con elástico. La dejé acá sobre la mesa- responde Alguien.

-Arriba de la mesa no había nada-responde Otro.

Y ahí comienza una discusión en la que salen a la luz problemas recientes, reproches viejos y una catarata de nombres de familia, que nada tienen que ver con la carpeta roja con elástico que Alguien dice haber dejado sobre la mesa. Toda esa vana discusión termina cuando Alguien dice:

-No se puede dejar nada, todo tocan.

-Para terminar con el tema, ¿te fijaste en tu mesa de noche?- le pregunta Otro.

Y Alguien, hablando por lo bajo en un rosario de palabras inentendibles va a su cuarto y allí, sobre la mesita está la tan requerida carpeta. Sabía que no la había puesto ahí, estaba seguro de que la dejó arriba de la mesa, -Pero como en la casa todos quieren tener la razón, la pusieron acá y me hacen creer a mí que la traje yo-.

Pensamiento va, palabras vienen, el hecho es que siempre estamos culpando a alguien de nuestros errores, descuidos o de lo que sea. Es más fácil. No es que seamos perfectos, es que nunca nos equivocamos, siempre tenemos la razón, por eso los demás, los descuidados de siempre son los que fallan y nos hacen quedar mal a nosotros.

Tal vez si comenzamos a dejar un poco el ego de lado y asumimos algun error que otro, nuestra relación con los demás mejore. Es buen deseo para este año.