martes, 4 de octubre de 2011

La caja del amor - 3er. PREMIO CONCURSO INTERNACIONAL NARRATIVA- CLUB DE LEONES EL PINAR











La caja del amor

Angélica tomó el tren de las trece y treinta. Cuando arribó a la estación del poblado en aquella soleada tarde de octubre, no había nadie en las calles. Caminó hasta la gasolinera para pedir información, en una hamaca había un señor que tapaba su cara con un sombrero.

-Buenas tardes. ¿Me podría indicar dónde puedo encontrar a Julián Nogueira?-, preguntó.

El hombre descubre su rostro, la mira y señala con su mano:-Allí, en el bar -.

-Gracias Señor-, contesto y cruzó la calle.

Era un viejo edificio con altas ventanas de madera al igual que la puerta. Entró, en ese recinto parecían estar reunidos todos los hombres del pueblo. Todos giraron sus cabezas hacia ella, sintió sus manos transpirar, la respiración se agitó, pero siguió caminando hacia el mostrador de mármol, ignorando los ojos clavados en su espalda.

-Busco a Julián Nogueira-, dijo ella.

- Yo soy Julián Nogueira-, contestó la persona detrás de la barra. Estaba frente a la máquina de café, se dio vuelta y la miró.

-Soy la hija de María Abreu- dijo con un hilo de voz.

El ambiente en el bar cambió por completo, los presentes quedaron estáticos, no más murmullos, sólo el aroma al café recién preparado inundaba el local. El hombre sorprendido la miró y preguntó:

-¿María Abreu de Villa Viñoles? ¿Cómo está ella?-.

-Mi madre murió hace dos meses. Dejó esto para usted-, contestó Angélica mientras le daba una pequeña caja marrón que extrajo de su bolso.

La mirada de Joaquín cambió, sus ojos se entrecerraron y su ceño se tornó adusto. Tomó la caja y le sirvió a la joven una humeante taza de café. Al abrirla sacó un pequeño sobre, metió sus dedos y de él extrajo un mechón de cabello y una nota escrita por María que decía:- Es de Angélica, nuestra niña-. Julián contuvo las lágrimas.

–Nunca me enteré que había tenido una hija-, dijo en voz muy baja, como para que los presentes no se enteraran. - Don Alfonso, tu abuelo, no me quería y no quise que ella pagara las consecuencias, por eso me fui. Le dejé una carta con tu tía Lucía, allí le explicaba todo-, terminó diciendo mientras sus manos acariciaban la caja.

- La tía se la entregó mucho tiempo después y mamá no se lo perdonó nunca. Murió llamándolo, por eso estoy aquí-, dijo Angélica.

Julián seguía acariciando la noble madera como queriendo recordar aquellos días de amor a escondidas que vivió junto a María. Toda ella era belleza y armonía, deseaba esos encuentros junto al arroyo más que cualquier cosa, a sabiendas que si su padre se enteraba, el castigo para ella sería terrible. No tenían futuro como pareja, don Alfonso no quería saber nada de Julián debido a su pasado ya que había estado envuelto en un robo tonto, de adolescentes. Al recibir noticias de su primo en la capital, decidió irse del pueblo para siempre. Con ese pensamiento fue a su encuentro para decirle que esa sería la última tarde junto al río, pero no dijo nada, la hermosa presencia de María inundó el lugar, se abrazaron y los cuerpos se enredaron en un largo y placentero abrazo. Al regresar a su casa, Julián le escribió una carta, era una forma cobarde para dejarla pero ya no podía demorar más el adiós. Al anochecer se la entregó a Lucía, hermana de María y nunca más volvió al pueblo, tampoco tuvo noticias de ella. Ahora tenía frente a él, a su hija, muy parecida a su bella madre, el mismo color de pelo, sus ojos almendrados y la sonrisa tímida. Todo eso pasaba por la mente de Julián mientras apretaba la cajita de madera que él le había tallado para un cumpleaños. Miró a la joven y volvió sus ojos a la caja. Una foto y una cadena eran los objetos que estaban dentro. Tomó primero la joya que él le había regalado para el primer aniversario. Era de oro con un pequeño dije en forma de corazón. La compró con sacrificio y se la entregó un atardecer, cuando la esperó a la salida de misa.

La foto era de María en blanco y negro. Se la tomó un fotógrafo en la plaza del pueblo. Fue un día festivo y ella tenía un hermoso y lánguido vestido con moños y puntillas. En el reverso ella había escrito: “A mi amor en silencio” y se la regaló. Julián la tenía siempre en su mesa de noche. En una de esas peleas tontas, él se la devolvió.

La joven lo mirba, sus ojos decían más que su boca, la taza ya no humeaba y para romper ese inquietante momento le dijo – El café se ha enfriado, prepararé más-. Angélica sintió compasión por aquel hombre, su madre siempre le había dicho que era un ser sensible a pesar de su forma tosca pero su tía Lucía decía que era un sinvergüenza sin corazón. Hoy comprendió que su padre podía conmoverse con objetos que hacía casi veinte años no veía. Deseó abrazarlo pero eso no se vería bien ante tanta concurrencia y permaneció sentada. Julián trajo dos aromáticas tazas y cuando le dio la de ella, Angélica dijo, -Tu café tiene el mismo aroma que el que preparaba mamá-, y le brindó una hermosa sonrisa. Él sintió que era el momento justo y dio la vuelta al mostrador, se acercó a ella y le preguntó:

- ¿Puedo?- . Angélica asintió con la cabeza y él le dio un cálido y apretado abrazo. La joven se dio cuenta cuánto había necesitado ese gesto en su vida, le agradeció primero en silencio y luego con palabras que Julián, aun hoy, conserva en sus oídos y corazón: – Gracias, Papá-.

1 comentario:

Nancy dijo...

Me encantó amiga.Me emocioné como una tonta al leer .