viernes, 28 de diciembre de 2012

LA VIDA EN UN CAFÉ

Este cuento lo escribí con mucho amor, pensando en el café con leche y "mandiocas" que mi tío Cacho solía brindarme en un bar de la Ciudad Vieja. Espero les guste.

LA VIDA EN UN CAFÉ


El hombre del sobretodo negro entró al bar.
Era una mañana fría de agosto del año cuarenta. Se quitó su abrigo, la chalina blanca que llevaba al cuello y el sombrero. Los colgó en el perchero de la esquina y se sentó en una mesa junto a la ventana. Sacó un diario prolijamente doblado del bolsillo derecho de su traje gris y mientras lo desplegaba, pidió un “Expresso”.
Miré a este nuevo cliente y asentí con la cabeza. Extraje un puñado de granos de una lata especial que guardaba, los pasé por el molinillo e inmediatamente el aroma inconfundible invadió el lugar. Puse la molienda en el filtro, el pocillo bajo el grifo de la máquina italiana y comencé el ritual de preparación del mejor café de la ciudad.
En eso soy un artista, nadie hasta ahora ha superado la forma de prepararlo. Italianos, rusos, polacos y turcos entre otros, alaban el café que preparo.
La máquina lentamente extrae el líquido oscuro que va cayendo en la inmaculada tacita, luego la acerco a la llave de vapor para formar la espuma espesa, uniforme, de color avellana con motas marrones que “hacen recordar la piel de un tigre”, como me dijo un día un marinero bengalí.
El pedido está pronto. Lo pongo en una bandeja junto al azucarero y una servilleta de tela. Tanto esmero parece fuera de lugar para un forastero que sólo ha pedido un café, pero veo en él algo diferente.
Cuando deposité todo en la  mesa, el parroquiano preguntó:
- ¿Granos de Medio Oriente?
- Así es -, contesté mientras lo miraba. “Este hombre es alguien importante”, me dije.
- Me di cuenta por el aroma que despidió al sacarlo de la lata y ahora veo la espuma con el espesor adecuado. La combinación es perfecta-. Diciendo esto, tomó el pocillo, lo olió y sorbió de él con los ojos cerrados, como si estuviera catando un vino añejo.
- Es un exquisito café bien preparado- dijo el hombre y volvió su vista al diario.
Sentí satisfacción al escuchar al forastero alabar la preparación.
-Usted es francés ¿verdad?- preguntó el hombre.
Mi cuerpo se puso tenso. Nadie, en años, me había preguntado mi nacionalidad. Los clientes habituales creían que el acento afrancesado se debía al contacto con tanto extranjero. Es más, ni siquiera sabían que mi verdadero apellido es Aristid, porque todos me dicen Arístides.
-Nací en París, pero vine cuando tenía cinco años-, contesté.
Mientras le hablaba, por mi cabeza pasó el recuerdo de mi madre, una hermosa francesa, pequeña, de cabello rubio y corto, con piernas bellamente torneadas, corista del Moulin Rouge.
Un día allá en París, ella me despertó para decirme que en dos horas zarpaba el barco.
-¿A dónde nos vamos, mamita? – pregunté.
- Buenos Aires, ahí vive tu padre-, contestó ella.
Ese viaje al Río de la Plata fue una odisea. Con el mal clima, el barco se movía muchísimo y por un desperfecto atracó en Montevideo.
-Sólo serán unos días, después seguiremos el viaje-, había dicho el capitán. El barco no bien fue reparado, desapareció y todos quedamos varados en el puerto. Mi madre, con el poco dinero que tenía buscó una pensión para dormir, y cantando en un lado, bailando en otro se fue postergando el viaje a la otra orilla. Así fue que crecí junto a los muelles, corriendo por las calles empedradas, hablando con marineros, prostitutas y ladrones, mientras mamá bailaba de noche y dormía de día.
- ¿Habla el idioma? – La pregunta me sacó de mis recuerdos.
- Un peu -, le contesté sonriendo.
- Très bien -, dijo él en perfecto francés. – ¿Cómo se llama?, preguntó a continuación.
- Ruben Aristid- contesté.
El hombre pareció sorprenderse. Dobló el diario con cuidado como rumiando algún pensamiento, se acomodó mejor en la silla y mientras miraba el pulido mármol de la mesa tiró la pregunta:
-¿Su madre se llamaba Cécil Aristid y era corista del Moulin Rouge?
El silencio se apoderó del local. Sólo el aroma del café flotaba en el aire. Lo miré desde el mostrador. Sus ojos eran oscuros, su cabello prolijamente cortado a la moda, su esmerado bigote escondía una boca de labios finos y sus manos con uñas bien pulidas seguramente no habían hecho nunca trabajo forzado. Un “Si”, seco, fue mi respuesta.
- ¿Recuerda en que año llegaron a Montevideo?- preguntó el extranjero.
- Mil novecientos diez….y no sé a qué viene tanta pregunta- dije de mal modo.
- Tal vez usted y yo seamos parientes- susurró mientras me hace una seña invitándome a ocupar un lugar frente a él. Salí de atrás del mostrador y me acerqué a la mesa.
- Soy Bernardo Figueroa. Un gusto conocerlo.- dijo mientras extendía su mano por encima de la mesa.
Torpemente le di la mía que pareció aún más áspera al chocar con la de él.
- Usted y yo, seguramente somos hermanos, Ruben- dijo en tono cortés.
- Este encuentro amerita más café- contesté.
- Acompañado de un buen coñac- agregó.
Mientras me dirigía detrás del mostrador, Bernardo fue contando su historia.
Me dijo que su padre – mi padre – era un poderoso industrial del café en Argentina. Viajaba por el mundo en busca de granos y mezclas exóticas. En el año mil novecientos cuatro viajó a París a una convención sobre el tema y allí conoció a mi madre.
- Una noche fue al Moulin Rouge y se enamoró de esa pequeña mujer que tenía cuerpo de diosa. Se estadía se prolongó por más de dos meses y ella quedó encinta. Él no quería regresar a Buenos Aires, pero igual se fue. Mi madre le escribió haciéndole saber que estaba embarazada. Él le prometió volver, pero cuando lo hizo, ella ya no estaba en París.
- ¿Usted está seguro de que yo soy su hermano? - dije mientras servía el coñac añejado en las copas tibias.
- Nuestro padre dejó todo escrito en un diario y se lamentaba no poder ayudar porque debido a su enfermedad, nunca más pudo hacer viajes prolongados. Él sabía que Cecil había tenido un niño, por noticias que llegaron desde París. Eso lo mortificaba, quería que ese hijo creciera igual que yo, con las mismas oportunidades. Cuando murió hace dos años me hizo prometer que los buscaría, y aquí estoy.
- ¿Hace dos años que nos busca? -, pregunté.
- Si, Ruben. Viajé en primer lugar a París, fui a la pensión de la calle Agutte, y el encargado me derivó a una vieja inquilina que me contó la historia y me dijo donde podía encontrarlos, ya que tu madre le escribía con frecuencia, aunque ya hacía varios años que no recibía correspondencia desde Montevideo. Su nombre era Charlote.
- La recuerdo, ella me cuidaba por las noches…en definitiva, ¿qué quiere usted?
- Quería conocerte al igual que a tu madre y decirles que hay un dinero que él les dejó.
- Mi madre murió hace muchos años y yo estoy bien aquí en el bar.
- Preparas un café excepcional, sabes de granos y mezclas, eso es de familia, Ruben. Puedes trabajar en nuestra fábrica de Buenos Aires- dijo Bernardo.
- Todo lo que sé, lo he aprendido de marineros y extranjeros que llegan aquí. No necesito nada más.- dije de forma tajante.
- Quiero probar tu habilidad. Prepárame un café a la turca- agregó él en tono desafiante.
Me paré y fui a moler bien fina la mezcla.
Estaba molesto, una vez que nos establecimos aquí nunca más mi madre mencionó a mi padre. Menos la idea de ir a Buenos Aires a buscarlo.
Yo nunca pregunté y fui creciendo con muchos padres. Algunos me enseñaron a escribir y leer, otros las cosas buenas y malas de la calle, y muy pocos  a amar. Ninguno me enseñó a preparar el café.
Mientras estaba ensimismado en mis pensamientos el café hervía por segunda vez. Lo saqué y se lo llevé en el “cevze”  junto con la taza.
Él lo bebe con los ojos entrecerrados.
- Tú sí que sabes, Ruben. No siempre se consiguen los granos debidamente tostados y una molienda tan fina-. Dijo esto y puso el pocillo boca abajo sobre el plato, lo giró un par de veces, lo dio vuelta y me miró.
- Antes de irme me gustaría decirte algunas cosas.
- Adelante, te escucho- contesté en tono molesto.
Bernardo mira el fondo de la taza y comienza a hablar pausadamente.
-Está aquí escrito, en la borra del café. Esta pequeña mancha eres tú, la de al lado es tu madre. Esta línea es el océano y el punto más arriba es nuestro padre. Aquí hay unas nubes significando las dificultades de la vida y más acá, hay otras siluetas que son la otra familia de papá. Todo está escrito, Ruben. El café no miente.
Se paró, dejó una tarjeta junto con un billete de a peso. Me tendió la mano y lo saludé. Tomó sus pertenencias del perchero y salió con paso firme del local. Nunca más lo vi.
La tarjeta y el peso aun los tengo guardados en mi mesa de noche.
Cuando los huesos de mis manos duelen –“Igual que a papá”- había dicho Bernardo, siento deseos de dejarlo todo, tomar la tarjeta y llamar a Buenos Aires, retirarme a una vida tranquila. Pero la charla de amigos, las confidencias de clientes, el contacto con rufianes e intelectuales y el inconfundible aroma al café, me atan a esta esquina del viejo Montevideo.

SANDRA ARÉVALO

miércoles, 17 de octubre de 2012

EL FAROLERO DE LA VILLA - 3er PREMIO NARRATIVA CONCURSO FRIEM


Hoy muchas profesiones han desaparecido y otras tienden a desaparecer pero surgen nuevas. Recordando otras épocas y una de esas profesiones que desapareció con el progreso, escribí este cuento que fue premiado en el concurso organizado por la Federación de Residentes del Interior. Espero les guste.


EL FAROLERO DE LA VILLA

Al amparo de unos viejos árboles que se desperezan estirando sus retorcidos brazos, asoman su límpida pobreza una veintena de ranchos y  casas, una plaza y un precario muelle donde viven y sueñan un grupo de seres humanos olvidados por la mano de la fortuna. El lugar está en silencio, por el hueco de una puerta maltrecha al final del pueblo se escapa un resplandor amarillento, cuatro velas de luz pálida y un paño negro colgado en la pared sin revoque componen la humilde capilla ardiente. Ha muerto Don Antonio,  el último farolero de Villa de Soriano.
Algunos vecinos del lugar, con rostros de sincera aflicción escuchan la voz gangosa de Doña María “la rezadora”, quien haciendo pasar por sus manos huesudas las desgastadas cuentas de un rosario, pide por el eterno descanso del difunto. Un par de lloronas elevan sus lamentos cada vez que el rezo calla, el resto de los vecinos hablan en voz baja comentando la labor del muerto y un borracho dormita en un camastro.  Afuera, la yegua alazana espera ensillada la llegada de su dueño, sin saber que éste será su último recorrido por las calles polvorientas de la villa.
Don Antonio había sido en su aparente intrascendencia un hombre que supo ganarse la simpatía de quienes lo trataron. De baja estatura, enjuto, de pelo canoso y duro,  adolecía de un defecto en una pierna que le provocaba al caminar una leve cojera, razón por la cual se lo conocía en el pueblo como “El Rengo Antonio”, apelativo que aceptaba sin reservas. Cuando alguien le preguntaba el motivo de su defecto, respondía: “Fue en un entrevero con los indios”. Otras, que había sido en la revolución del “cuatro”, rubricando sus palabras con una sonora carcajada.
Antonio comenzó como farolero encendiendo las velas a sebo existentes sólo en la calle principal.  El recorrido comenzaba en el muelle al caer la tarde, y entre farol y farol, conversaba con los vecinos y además de ser el farolero, era el portador de noticias. Se enteraba del nuevo noviazgo, de la pelea en el Bar de Anselmo o quien había sacado a la quiniela. También hacía mandados por la modesta suma de un centésimo, y de aquellos que no podían pagar, les aceptaba algunos víveres para “engañar al estómago”.
Así era su vida, simple pero entretenida. Vivía solo, supo de amores cuando muy joven pero debido a su cojera las mujeres no le prestaban atención, por lo que calmaba sus deseos en el otro pueblo al que iba una vez al mes cuando cobraba el sueldo.
Un día recibió la orden de sustituir las velas por faroles a keroseno utilizando para el caso los mismos armazones de latón y vidrios colocados sobre postes en las esquinas y fijados en los muros de las viviendas más o menos importantes. Fue cuando compró a plazos a su yegua alazana. Le puso “Canela” por el color de su pelo. Tenía sus años como él, pero pasó a convertirse en su única compañía y una oyente silente que de cuando en cuando daba un relincho de aprobación a la conversación.
Cuando las primeras sombras envolvían al caserío, aparecía por el fondo de la polvorienta calle principal, montando su yegua con su escalerita al hombro y comenzaba su tarea. Con toda parcimonia y como un ritual, apoyaba la escalera al poste que sostenía el farol o en la pared según el caso y con su yesquero con pedernal o fósforos encendía los sustitutos de las antiguas candelas. Para él, no todos los faroles eran iguales, había algunos a los que les prestaba más cuidados como los que estaban en lo de Marfetán, los de la Plaza, la Iglesia y la Comisaría. Cuando algún vecino le daba su queja, le contestaba: “Este mes mandaron menos queroseno, no da para todos” y seguía su recorrido sin dar más explicaciones.
Cuando el cielo se teñía de dorado con las primeras luces de la mañana, salía silbando de su rancho, ensillaba la potranca, se ponía la escalera al hombro y comenzaba a recorrer las calles apagando el alumbrado. Pero no sólo trabajaba al caer el sol o el despuntar del día, una vez al mes limpiaba los tubos, llenaba de combustible los depósitos de las lámparas. En unas alforjas colgadas en las ancas de su cabalgadura, colocaba un par de damajuanas de keroseno y otros elementos necesarios para la tarea.
Cinco o seis días al mes y si el cielo estaba limpio no encendía los faroles. Esto coincidía con la luna llena y cuando le pedían explicaciones decía: “Es más romántico, la luz es más pura y lo más importante,  es gratis”, y con una carcajada seguía su caminata nocturna. No había dudas, el hombre sabía su oficio.
Por veinte años Antonio fue dejando tras de sí pequeños charcos de luz sobre la calle principal primero y luego se fueron agregando otras debido al progreso de la Villa.   Una mañana, cuando ya había regresado de apagar los faroles, llegó Ramón, el encargado de la estafeta de Correos con una carta para él. Lo hizo pasar, aprontó un mate y le pidió que la leyera ya que él apenas sabía su nombre y un  puñado de palabras. El recién llegado se puso nervioso, abrió el sobre y sacó la carta con el membrete de la Usina.
 -Estimado Señor Antonio...”-, comenzó a leer Ramón.
 -Deje  eso, hombre. Vamos al grano-, le interrumpió Antonio.
- Le informamos que desde el próximo mes, los faroles serán sustituidos por energía eléctrica, por lo que sus servicios no serán requeridos, pasando usted a retiro-.
-Ya no lea más-, volvió a interrumpir mientras se ponía de pie.
Ramón dobló la carta, la puso sobre la mesa y salió del rancho en silencio.
Afuera, el sol daba a pleno y la yegua estaba atada en la vereda de enfrente a la sombra de un paraíso. Con su cola espantaba las moscas que traía el caluroso día y Antonio, apoyado sobre la puerta la miraba en silencio. Cada vez que el animal se sacudía, él trataba de alejar los pensamientos. Ya no sería útil en el pueblo, ya no tendría esas conversaciones con los vecinos, ni las tortas fritas de Doña Carmen cuando el cielo amenazaba lluvia o el asadito dominguero de Manuel como tampoco las pocas monedas que obtenía de la venta del queroseno sobrante cada mes. Miró el cielo de verano y apenas una nube lo cruzaba y al bajar la vista, un dolor fuerte le inundó el pecho, se apretó  el brazo izquierdo para soportarlo y sintió como una daga clavada en la boca del estómago. Quiso decir algo pero no pudo y cayó  sobre el piso de tierra de su humilde rancho.
Todo el pueblo está en su casa, no falta nadie, ni siquiera el borracho.
Antonio yace en un cajón simple, las cuatro velas que alumbran su destino comienzan a titilar, señal que el cebo se ha derretido. Antes de quedar a oscuras, las lloronas traen un farol y lo prenden, la “rezadora” comienza con el Padre Nuestro y la yegua como queriendo despedirse, asoma su cabeza por la puerta del rancho.
A la semana, los vecinos vieron como una cuadrilla de la capital, instalaba unos artefactos cilíndricos que sostenían en su parte inferior un gran globo de vidrio opalino que pendían de unos cables que cruzaban las calles. Al llegar la noche una luz blanca y poderosa alumbró a los desprevenidos pobladores. La luz eléctrica había llegado a la Villa. Antonio no la pudo ver. “Se fue a encender faroles en el cielo”-, dijo Ramón.
Con el paso del tiempo tal vez nadie lo recuerde, su nombre no estará escrito en la historia y algún vecino memorioso al ver una lámpara antigua recordará al “Rengo Antonio” que supo alumbrar noches de amores y desamores en la Villa.



martes, 26 de junio de 2012

LA LIBRETA DE LA VIDA, CUENTO PREMIADO EN EL CONCURSO MELVIN JONES 2012

Este cuento participó en el Concurso Literario Melvin Jones 2012 organizado por Club de leones Buceo-Montevideo. El tema era "Cuando sea anciano". Espero que les guste.


LA LIBRETA DE LA VIDA
Carmelo estaba en su mecedora bajo el parral. La mañana de febrero se presentaba cálida y él allí disfrutaba de sus horas libres y daba rienda suelta a su imaginación. Había dejado el diario a un lado, desde que sufrió el accidente sólo leía las secciones de deportes y entretenimientos, “Las noticias nacionales e internacionales siempre son las mismas, sólo cambia la región”, pensaba.
Tenía los ojos cerrados y trataba de recordar cuando fue la última vez que vio las camelias florecidas. “Tal vez un par de años atrás”, se dijo para sí. Miró el árbol que estaba con sus hojas verdes pero no podía distinguir ningún pimpollo todavía. Sacó del bolsillo de la camisa la libreta que siempre llevaba consigo. La última anotación decía: “Verificar la pista”. Sonrió cuando leyó su perfecta letra cursiva, esa que Delmira, la maestra de cuarto año tanto alababa y lo ponía como ejemplo frente al resto de sus compañeros de clase. “Mañana lunes sin falta la saco del galponcito y la reviso”, se recordó y escribió: “Leer sobre las camelias”.
Guardó su libreta y sintió el aroma de la salsa que estaba haciendo Eleonor. Ella preparaba la pasta casera como nadie y sus nietos, que seguro en unos minutos estarían corriendo por allí, comían con deleite y siempre pedían más. Al terminar ese pensamiento el timbre de la calle se oyó, el resto de la familia llegaba y él siguió meciéndose porque sus minutos de paz dominical llegaban a su fin.
Carmelo hacía un par de años había perdido el habla a consecuencia de un accidente cerebral,  el resto de sus facultades y la movilidad las había recuperado con fisioterapia. La comunicación con su esposa era fácil, ya que ella lo conocía muy bien y los gestos eran suficientes para el entendimiento. Cuando venían sus hijos y nietos, se manejaba con una tablilla que ellos le habían regalado, pero era muy parco en las respuestas y casi nunca la utilizaba. Otra cosa es la libretita de tapa marrón que lleva siempre consigo y que al acostarse guarda con mucho celo bajo la almohada. Cada mañana no deja de asombrarse a si mismo cuando lee lo escrito. “Memoria frágil tenemos los humanos”, reflexiona y a continuación apunta: “No olvidarme de Eleonor”.
Esa jornada pasó como un domingo más, los niños correteando por el patio, sus hijos mirando el fútbol después del almuerzo y Eleonor con sus nueras ocupando la gran cama del dormitorio para chismorrear y descansar. Él desde su mecedora contemplaba la escena con una leve sonrisa en sus labios y nuevamente sacó su anotadora y subrayó: “Sentimientos y Emociones”. Se despidió de todos, se fue a acostar, cerró sus ojos y no despertó.
Para la familia de Carmelo la conmoción fue fuerte ya que él se encontraba bien de salud. “Fue el corazón”, dijo el médico. Al regresar del cementerio, Eleonor fue directo al dormitorio y al ver  aquella inmensa cama sintió aun más la soledad. Se recostó, abrazó la almohada de su marido y allí, debajo estaba la libretita marrón. Con manos temblorosas la tomó, la abrió y comenzó a leer. Al principio no entendía las anotaciones breves que Carmelo había escrito pero al final de cada día había un pequeño resumen. Leyó uno al azar.
“No por haber pasado los setenta debo resignar mis sueños, aun tengo deseos por cumplir y debo corregir muchas cosas. Leer botánica por ejemplo. El árbol de camelias no ha dado flores y ya estamos en febrero. Revisé la vieja pista de autitos que está en el galpón. Pensé que podría hacerla funcionar para que mis nietos pudieran jugar con ella como lo hicieron mis hijos, pero no me fue posible.”
En otra página se lee: “No relegues de tus sueños, Carmelo”, y más adelante escribió: “Siempre me gustó el francés, no bien comience marzo me anoto en un curso”. Pero lo que le llamó la atención a Eleonor fue lo que estaba escrito con tinta roja.
“Es importante seguir adelante, no dejarse agobiar, yo lo se bien. Mi enfermedad me ha enseñado mucho, pero lo más importante y que  ahora no puedo,  es la demostración de los sentimientos. He tratado de buscar la forma de hacerle saber a mis hijos que los quiero mucho. El abrazo, las miradas no son suficientes, la palabra que hoy no tengo es más fuerte que eso. A Eleonor que me conoce muy bien no puedo decirle cuanto la amo. La quise desde aquel día que la vi salir del colegio secundario con su uniforme azul marino que combinaba con sus ojos. Estuvimos juntos desde los quince, nos casamos a los veinte, pasamos por todas las etapas buenas y malas de la vida. Hoy no puedo expresarle mis emociones, mirar sus ojos índigo no es suficiente, tomar sus manos gastadas por las tareas diarias no alcanza, besar sus labios dulces no trasmite todo lo que siento por la mujer de mi vida, por eso, cuando sea anciano, le dedicaré el resto de mi vida”.
Eleonor cerró la libreta, la apretó contra su pecho y se prometió seguir escribiendo los sueños por cumplir. Cerró los ojos, sopló un beso al aire para que Carmelo lo tomara al pasar y se durmió con la certeza de que siempre se puede.

                                             





miércoles, 16 de mayo de 2012

EL BAILE DE LA ESPERANZA



El vintén bailarín gira y gira sobre la mesada hacia un lado, luego hacia el otro, se endereza y continúa con su sinuosa danza. Sigo muy atenta su bailoteo y pienso, más que eso, ruego : "Que se detenga en número así me evito lavar los platos".

Sandra Arévalo

ES TODO LO QUE QUEDA



Todo es gris como el polvo que cubre los muebles. Por la ventana una luz insignificante se filtra por el único harapo que cuelga y que en otros tiempos cubría todo el ventanal con su vaporosa e inmaculada presencia. Esto es lo que queda, un simple pedazo de trapo ondeante frente a la escasa brisa que apenas lo hace danzar sin gracia alguna.
Frente a la ventana, un hogar en piedra que supo estar pulida y que hoy no cobija a nadie con su calor. En el otro lado de la habitación se destaca un retrato a lápiz de un hombre joven que mira con sus ojos también grises este ambiente sin vida en que ha quedado convertida la sala que supo ser la más concurrida en épocas dela abuela.
Vuelvo a mirar la ventana de vidrios destrozados y la luz de la tarde ya se esfuma para dar paso a la noche con sus otras tonalidades. El resto de cortina permanece ahora estático, ajado y sin gracia, como adaptándose a las horas de quietud que se avecinan.

Sandra Arévalo

jueves, 16 de febrero de 2012


ANA TERUEL- PARIS | EL PAÍS MADRID

El último número de la revista francesa Elle volvió a confiar su portada a la modelo Tara Lynn, que usa talle 48. Las modelos de tallas grandes se pusieron de moda gracias a revistas como Glamour y Elle, que hacen campañas para replantear los cánones de belleza que marcan la pauta en las pasarelas. Por eso, con sus 84 kilos de peso, ahora Tara es una modelo exitosa ya que se le abrieron las puertas de revistas como Vogue Italia, V Magazine, la agencia Heffner en Seattle, y ha colaborado con diseñadores como Jean-Paul Gaultier en una campaña de H&M. Antes de consagrarse como modelo XXL, ella también tuvo una época en que estaba obsesionada por adelgazar y se sometió a una dieta que le hizo perder muchos kilos en tiempo récord, pero su salud mental y física se empezó a resentir y tomó la decisión de volver a su talla 48. Sin embargo, cuando la revista Elle la mostró desnuda un tiempo atrás, algunos lectores la criticaron. "No hay necesidad de mostrarla sin ropa para resaltar su tamaño", escribió un lector en la página web de Elle. Y aunque las fotos cuentan con una producción impecable, Tara no logró ser elegida por el diseñador de la casa Chanel, Karl Lagerfeld, quien se rehúsa a contratar mujeres de tallas grandes. "Las que critican a las modelos por aparecer huesudas o anoréxicas son las típicas madres gordas que se sientan en el sofá todo el día a comer papas fritas".

Con su cara de ángel y sus generosas curvas, la voluptuosa supermodelo estadounidense Tara Lynn, se ha impuesto como representante de las mujeres de talla grande, orgullosas de sus michelines.

Como ya hizo en 2010, en un especial dedicado a las chicas de talla XXL, la revista Elle de Francia vuelve a elegir a la supermodelo de 29 años para la portada de su último número. De esta manera, el magacín reivindica la sensualidad de un cuerpo tan alejado de los cánones de belleza de delgadez dictados por el mundo de la moda.

Junto al titular simple y directo de Tara Lynn: The body (El cuerpo), la portada muestra a una Lynn mucho menos recatada a la de hace dos años, que entonces lucía un traje pantalón blanco. Vestida con una camiseta de encaje negro cubierta de cintura para abajo tan solo de un boxer que deja las piernas totalmente al descubierto, la modelo posa ahora con una mano en la cintura y la otra en la cadera. "No me peso nunca, no me interesa nada", asegura sin rodeos la modelo de talla 48, aunque reconoce tener cuidado con lo que come.

Originaria de Seattle, recientemente admitía que de pequeña no fue fácil tener un físico que se salía de los estereotipos, sin embargo ahora anima a las mujeres con sobrepeso a disfrutar también de la moda. "Hay que ponerse lo que te apetece. Las chicas con formas a menudo tienen la impresión de tener que disculparse por lo que se ponen", comenta a la revista. "No se atreven por ejemplo con los vaqueros apretados. Pero hay que admitirlo: ¡un vaquero apretado solo tiene sentido cuando se tiene trasero!", añade.

Pese a haber entrado tarde en el mundo de la moda -empezó a trabajar como modelo a los 25 años-, Lynn ha colaborado ya con grandes diseñadores como Jean-Paul Gaultier, protagonizando una campaña de la marca H&M y posado en las portadas de otras grandes publicaciones como V Magazine y Glamour Magazine. El verano pasado sin ir más lejos, compartía protagonismo con Robyn Lawley y Candice Huffine en la primera página de Vogue Italia, en otro número dedicado a las tallas extragrandes.

Y es que las mujeres con kilos de más están saliendo del ostracismo. La edición británica de Vogue homenajeará en marzo a la gran vencedora de los premios Grammy del domingo pasado, la cantante Adele. Una suerte de respuesta al modisto Karl Lagerfeld, que no hace mucho tuvo que disculparse ante la artista por decir que le gustaba aunque estaba "un poco gorda".

El País Digital

domingo, 5 de febrero de 2012

Los 3 usuarios más ricos de Facebook

El listado se desprende del ranking que año a año publica Forbes.
1. El hombre más rico del mundo, Carlos Slim Helu, cuenta con su perfil en Facebook en el cual se anota una biografía detallada de su vida y un enlace a su página oficial. El mexicano que según Forbes acumula 74 billones de dólares, también cuenta con un grupo de fans que se agrupan en un espacio en la red social.
2. Bill Gates: Luego de una serie de idas y venidas, el fundador de Microsoft, segundo en el ranking de millonarios según Forbes, también cuenta en la actualidad con un perfil en Facebook. En 2009 había renunciado a la red social ''por la dificultad de recibir demasiados pedidos de amistad'', según afirmó. Más tarde regresó a los caminos sociales de Zuckerberg. Gates, de 56 años, aprovecha su perfil para promocionar las actividades de su fundación social. Además dispone de una cuenta en twitter, de simple acceso: @billgates.
3. Ubicado en el puesto número seis del ranking de Forbes, el indio Laksjmi Mittal, industrial residente en el Reino Unido; es el siguiente en la lista de millonarios que utilizan Facebook. Este hombre no se olvida de sus raíces y así lo demuestra en su perfil. Por ejemplo, el día 6 de octubre publicó ''Happy Dasshera to all muy fans and their families'', en ocasión de un festival tradicional de la India.

Facebook, un negocio que mueve millones y en el que se mueven algunos millonarios del mundo, entre los 850 millones de usuarios.

Comenzó a regir la ley que prohíbe a empresas exigir test de embarazo


Una buena política...

La ley 18.868, elaborada por el MTSS y el MIDES, prohibe a las empresas exigir controles de embarazo a las trabajadoras; ya sea durante el proceso de contratación o como requisito para la permanencia en un cargo. El texto legal señala que las empresas que no cumplan con la norma; serán pasibles de sanciones administrativas y multas pecuniarias que se destinarán a financiar el Plan Nacional de Igualdad de Oportunidades y Trato en el Empleo.

El texto de la nueva ley en su primer párrafo indica que “se prohíbe exigir la realización o presentación de test de embarazo o certificación médica de ausencia de estado de gravidez, como requisito para el proceso de selección, ingreso, promoción y permanencia en cualquier cargo o empleo, tanto en la actividad pública como privada. Asimismo, se prohíbe la exigencia de toda forma de declaración de ausencia de embarazo”.

El Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), en su carácter de órgano rector de las políticas de género, detectó que en ocasiones las trabajadoras eran sometidas a test de embarazos o certificados médicos a la hora de postularse. Para revertir esta situación, el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS) y el Ministerio de Desarrollo (MIDES); trabajaron conjuntamente en un proyecto de ley que enviaron al Parlamento y que el 23 de diciembre de 2011 fue aprobado por unanimidad. La ley se publicó el 10 de enero de 2012 y entró en vigencia para el territorio nacional a partir del 20 de este mes.

Como consecuencia, las empresas que durante cualquier momento del proceso del llamado, selección o contratación de personal pretendan verificar que la postulante no está embarazada, serán pasibles de sanciones tanto en forma administrativa como a través de multas pecuniarias que serán destinadas a financiar el Plan Nacional de Igualdad de Oportunidades y Trato en el Empleo.

Si quieren leer la ley completa: http://www.mysu.org.uy