viernes, 25 de marzo de 2011

Dos montañas y tres mujeres


Leyendo el libro AYER MENOS CUARTO Y OTRAS CRONICAS del poeta dominicano Pedro Mir, encontré un hermoso ensayo sobre las mujeres de América que nos han representado y hecho conocer más allá de fronteras como Juana, Gabriela y Alfonsina. En este mes quiero compartir la parte medular del mismo.


"Resulta que aquellas mujeres no tenían niños que amamantar y no tenían por qué plegarse a la respestuosidad reverente de los hombres. Recogieron la lira abandonada en los bosques de Grecia y se la trajeron, no menos amorosamente que como se trae una criatura, precisamente a ese cono sur que hoy vemos tan agitado, tan turbulento en la porción latinoamericana del Nuevo Mundo.

Un nuevo estremecimiento lírico recorrió la espina dorsal de la lengua española. La voz de la mujer se apoderó de los ecos.

Juana de Ibarbourou resonó como un trueno por encima de la cordillera de los Andes. Era uruguaya, pero se la proclamó Juana de América. "Tómame ahora que aún es temprano". Una poesía estrictamente femenina, sin magisterios, sin estrambotes, sin acadenia. Pero llena de una autenticidad artística que no se había escuchado desde Rubén.

Alfonsina Storni sacudió la modorra literaria con otra autenticidad, más trágica, más triste, inclusive más atrevida en el uso del lenguaje y en la búsqueda de esencias artísticas. Era argentina, pero su voz caminó mucho continente antes de anegarse en su suicidio de Mar del Plata y revitalizó las fuerzas paralizadas del parnaso latinoamericano.

Luego reventó-porque esos son los vocablos aproximantes, aunque impresionistas- la voz densa, firme, masculina. de Gabriela Mistral. Gabriela era chilena, pero sus versos eran universales. Se fue más allá de las fronteras del idioma y se coronó en Suecia con el reconocimiento del mundo.

La influencia de estas tres mujeres en el culto de la poesía en la América Latina, tal vez no haya sido debidamente justipreciada. Puede deberse a una visión limitada de la influencia del propio Rubén, en el sentido de ignorar que su muerte produjo una brusca sequedad en las fuentes de donde mana el flujo de la poesía latinoamericana.

De modo que el desconocer que se produjo esa sequía impide reconocer el beneficio de la lluvia que descendió de esas grandes nubes paridas que fueron la Ibarbourou, Alfonsina y la Mistral.

Esa podría ser una razón. pero hay un hecho interesante. Y es que en esa porción del hemisferio se creó un clima extremadamente propicio para la explosión poética y muchos de los más ilustres nombres del primer cuarto de siglo de poesía hispanoamericana brotaron precisamente por aquellos senderos..." - Pedro Mir - Revista "Ahora" Nº 517, 8 de octubre de 1973.


En pocas y bellas palabras, una imagen de las mejores poetisas de América, que abrieron el camino de las letras para miles más.


viernes, 4 de marzo de 2011

PEDRO MARIPOSAS- Tributo a Pedro Mir- Poeta Nacional Dominicano



















2º PREMIO CONCURSO INTERNACIONAL DE NARRATIVA- CLUB DE LEONES DE ROCHA

No conocí personalmente a don Pedro Mir, exquisito poeta dominicano, pero conozco a la mayor parte de su familia.
Me hubiera gustado compartir con él, veladas interminables de café, vino, cigarrillos, filet mignon y poesías. Su espíritu indómito y delicado supo con palabras breves pero evocativas describir una isla como Dominicana que está en el mismo trayecto del sol. A ese ser que partió dejando en cada una de sus páginas palabras bellas en versos sorprendentes, mi humilde homenaje titulado "Pedro Mariposas", evocando a aquellas hermanas cruelmente asesinadas por orden del tirano que no permitía libertad de pensamiento y que don Pedro supo evocar muy bien en su "Amen de Mariposas".

A don Pedro Mir, con todo mi respeto.

PEDRO MARIPOSAS

“A don Pedro Mir, poeta dominicano”

Todas las tardes Pedro salía de la escuela, dejaba los útiles sobre la poltrona de su padre, tomaba una manzana, el calderín, un frasco, un balde y salía rápido hacia el río. No importaba el clima, daba lo mismo si la temperatura superaba los treinta grados o llovía torrencialmente, él siempre bajaba de prisa, porque ese era su propio momento, su secreto mejor guardado que sólo confesaría frente a alguna situación importante. Cada día al regresar de clases América le preguntaba a donde iba, le pedía que se sentara a merendar correctamente, pero él sólo decía – “Voy al río. No te preocupes, estaré bien”.

Pedro adoraba el río, tenía su lugar, una especie de bahía pequeña rodeada de juncos, algunos camalotes y una piedra que era su asiento. Llegaba, miraba las quietas aguas y como media hora después aparecían ellas, para Pedro ese tiempo era una eternidad. Eran hermosas, venían de a tres o cuatro, raras veces muchas más, se posaban en los juncos u otros arbustos y permanecían allí hasta que el sol se disponía a retirarse. Al principio Pedro intentó acercárseles pero ellas se fueron rápidamente y no regresaron. Después comprendió que sólo debía observarlas y así lo hizo. Desde entonces ellas llegan y no le temen, es más, pareciera que quisieran ser vistas de cerca por ese niño que con sus ojos negros que se agrandan con una lupa se acerca a ellas, algunas se meten en el calderín y él aprovecha a contar sus rayas y luego escribe en una pequeña libreta el tamaño, los colores de sus alas y a pesar de no conocer mucho acerca de mariposas, sabe que todas son diferentes aunque no lo parezcan. Cuando regresa a la casa, repasa lo escrito en su libretita y comienza a dibujar. Sus trazos son rápidos, suaves, armoniosos y los colores parecen sacados del arco iris. Pedro ama a estos insectos, diría que los idolatra, los estudia tan detalladamente que les ha puesto nombres a algunas de ellas. La primera que vio tenía las alas color anaranjado con rayas negras. Al mirarla detenidamente notó unos puntos y cuando los amplificó con la lupa, estos parecían formar las letras “M” y “T”, entonces antes de soltarla para que siguiera su vida, Pedro la bautizó María Teresa. Ese fue su primer dibujo que colgó en su cuarto, en la pared frente a su

cama y cada noche antes de dormir, lo mira y deja volar su imaginación. A veces sueña que se sube a una mariposa y ésta lo lleva por selvas, montañas o ciudades que no conoce, otras veces, cientos de ellas lo toman de sus ropas y lo transportan por el aire cruzando montañas y pueblos hasta que lo depositan a la orilla de un gran lago done hay miles de mariposas y otros insectos multicolores. Ese es su secreto, su amor por las mariposas. Ninguno de sus ocho hermanos sabía acerca de esto, tampoco América ni su padre, todos creían que él iba al río a pescar y a dejar volar su imaginación, porque siempre fue un niño muy despierto e inquieto a pesar de que muchas veces sus pulmones le jugaban una mala pasada, sobre todo en época de lluvia, cuando se mojaba y regresaba con sus ropas empapadas y su madre lo retaba y lo mandaba a la cama por dos o tres días. Cuando esto sucedía, Pedro aprovechaba para dibujar y pintar con colores brillantes a estos insectos.

La segunda mariposa que fue bautizada se le posó en el hombro una tarde que amenazaba tormenta. Parecía asustada, se le había prendido a su camisa que se le dificultó sacarla sin hacerle daño. Las alas eran de color muy pálido, casi blanco con amarillo hacia el centro. Tenía unos pequeños puntos más oscuros que parecían formar un mapa, le recordó al de su país, República Dominicana, entonces decidió llamarla “Patria”. Ella permaneció con él hasta que cayeron las primeras gotas de lluvia, entonces en un revolotear de alas, se marchó. Pedro la miró irse con un dejo de tristeza en su rostro, no sabía bien por qué, pero esa mariposa tenía algo especial. No bien regresó a la casa la dibujó, hermosa, importante, con sus alas desplegadas formando el contorno de la isla y escribió “Patria” con tinta china a modo de firma. Su hermano Luis Emilio pensó que el dibujo era sobre una compañera del colegio y comenzó a hacerle bromas al respecto, incluso durante el almuerzo del domingo, cuando toda la familia estaba reunida en el gran comedor, dijo “Pedro tiene novia, se llama Patria”. El silencio de apoderó de los comensales restantes. Luego las risitas de sus hermanas se oyeron sofocadas por las servilletas pero fue su padre, quien habló, “Pedro tiene derecho a tener amigas, pero en la escuela no hay ninguna niña que se llame Patria”.

Para él eso fue un alivio, ya que no debía dar explicaciones, pero no fue así. “¿Quién es ella?” – preguntó su madre. - “No es nadie”, respondió Pedro.

Sus hermanas se hablaban por lo bajo tratando de adivinar quien era pero ninguna conocía a alguien con ese nombre, ni siquiera en el otro pueblo. Terminado el almuerzo, Pedro se fue a su habitación, retiró de la pared los dibujos de mariposas y los guardó en una maleta. No quería que nadie supiera su secreto.

Al otro día, cuando regresó de la escuela para cumplir con su ritual de bajar al río, América lo ataja diciéndole: - “Niño, ven para acá. Cuéntame que haces en el río”. Pedro sintió un escalofrío pero la miró a los ojos y le contestó, –“Voy a pescar y a veces escribo, por eso llevo la libretita”.

- “Así que vas a pescar, bien. ¿Y por qué nunca has traído pescados para la cena?”.

Pedro no había esperado esa pregunta, así que en buscó en su mente una respuesta que pareciera verdadera. -“Los echo al río, madre. No me gusta verlos morir”. Esa respuesta le agradó a ella quien prosiguió con el interrogatorio. -“Bien… ¿y Patria, quien es?”.

Pedro tenía la respuesta planeada porque sabía que en algún momento América o su padre le preguntarían por eso.- “Es nuestro país, sólo que lo dibujé en las alas de una mariposa. Lo que sucede que Luis Emilio no entiende nada. ¿Ya puedo irme? “.

Su madre lo miró fijamente a los ojos, le sonrió y asintió con la cabeza. Pedro salió corriendo de la casa para llegar al río casi exhausto. Se sentó en la piedra y apenas tuvo tiempo de sacar sus anotaciones cuando vio a una mariposa azul, grande, bella, con dos pequeñas colas que salían de sus alas posteriores. Estaba sola, ninguna otra surcaba el aire de aquella apacible tarde de febrero. Se acercó con el calderín tímidamente, ella permaneció posada en el junco como adueñándose del paisaje, sus alas desplegadas tenían el color del cielo y en la parte anterior de las mismas, rayas de color azul profundo formaban una especie de triángulo escaleno. Inmediatamente pensó en la clase de geografía de América Latina del día anterior. Sonrió y en tono muy dulce le dijo, “Te llamaré Argentina”. Regresó a su casa contento, decidió no dibujarla ese día para que su hermano no tuviera la oportunidad de ir con la noticia al resto de

la familia. Al otro día, en la clase la maestra propuso pintar objetos de color azul y Pedro dibujó la

mariposa más hermosa que de sus pequeñas manos haya diseñado. La guardó junto con las otras en su maleta debajo de la cama, maleta que con el tiempo lo acompañó a otras latitudes cuando el dictador decidió que no era persona grata por sus ideas.

Los años pasaron, Pedro se recibió de abogado, escribió en diarios y revistas, y desde otras improvisadas patrias, compuso versos inigualables que hablaban de su isla pequeña “ubicada en el mismo trayecto del sol”.

Hoy no está, su pluma no recorre frenéticamente el papel ni salpica hojas con sabiduría y rimas multicolores como sus amados insectos. Dejó un legado hermoso pero por sobre todo, como adivinando lo que vendría, aquellas mariposas que poblaron su imaginación de niño se convirtieron en leyenda, cuando María Teresa, Patria y Argentina Minerva Mirabal fueron asesinadas y él, con su pluma incansable las inmortalizó en “Amen de Mariposas”.