domingo, 29 de agosto de 2010

La entrevista de Sofía - Primera Mención Cuento - 8vo. Concurso de Cuento y Poesía Intendencia Municipal de San José


Hace siete minutos que estoy parada delante de esta puerta de madera tallada donde resalta un reluciente picaporte de bronce pulido y aun no me han llamado. Cuando entré al edificio la recepcionista me dijo: - Señorita Sofía García Giménez, la están esperando. Siga el pasillo a su izquierda hasta el final y aguarde a ser llamada -.
Han pasado más de siete minutos de la hora señalada y nadie me ha hecho pasar. El lugar donde estoy es una habitación muy amplia, carece de ventanas, todo es blanco, un gran sofá en un rincón y un pequeño escritorio con un teléfono como único adorno. Todo es silencio, no existe ningún otro elemento decorativo; la luz que ilumina es muy cálida y se respira una atmósfera de paz.
Ya van ocho minutos y todo sigue en silencio. Decido sentarme en el sofá, aun me duele la cabeza. Tengo demasiadas preguntas y no soy capaz de responderlas. Lo que sí sé es que yo no pauté esta entrevista. Cuando estaba en la clínica miré en mi agenda y enmarcada en un gran círculo rojo estaba la cita a las catorce y treinta, seguramente fue mi secretaria que la fijó y no me lo comunicó a tiempo. Recuerdo haber mirado el reloj que marcaba trece y cuarenta y dos. Pensé que no llegaría a tiempo y rápidamente me vestí. Cuando estaba saliendo de la habitación, una enfermera me contuvo diciéndome que no me marchara y oí aunque algo más lejos, la voz de Hernán: -Sofía, no te vayas, quédate -.
Esta mañana habíamos ido con él y Mariano a una reunión con un nuevo cliente para nuestra empresa de logística. Era en el centro, en el tercer piso de un conocido edificio de oficinas. La reunión fue un éxito, como ejecutiva de cuentas me sentí satisfecha por lo que logramos. A la salida y para ganar tiempo analizando la reciente junta, decidimos bajar por la escalera. Como caballeros que son me cedieron el camino. Mientras bajábamos, Mariano en tono de broma elogió mis piernas y Hernán mis zapatos italianos de ocho centímetros de alto. Luego de descender el primer tramo sentí un grito, miro hacia atrás y veo un joven que viene corriendo escalera abajo. En su carrera me atropella y caigo rodando. Mi cuerpo se da violentamente contra una pared, un agudo dolor se apodera de mí y luego fue todo muy confuso.
“¡No la muevan!”, “¡Llamen una ambulancia!”, rostros que me miran, ruido, gente, túnicas blancas, manos enguantadas, tapabocas, sirenas, órdenes, cifras, “ciento diez sobre sesenta y cinco y bajando”, “pulso débil”, tubos, oxígeno, dolor, mucho dolor y silencio. Cierro los ojos. No sé cuanto tiempo pasó pero a lo lejos escucho una voz familiar, es Hernán.
-Sofía, no te vayas por favor. Quédate aquí. Te necesitamos…te necesito.-
Quise preguntarle a dónde me iba si no podía moverme ni articular una sola palabra.
Eso pasó hoy más temprano, ahora estoy sentada aquí, en este pulcro sillón esperando una entrevista que yo no pauté. Me dijeron catorce y treinta y ya han pasado diez minutos de esa hora. ¡Qué informalidad! Me acerco al escritorio, levanto el teléfono para ver si funciona. El “tu…tu…” me indica que está libre. Me vienen a la mente las palabras de Hernán: -Sofía, no te vayas…te necesito-. No sé porqué insistía en mi partida, seguro que él sabe a dónde voy. El timbre del teléfono me saca de mis pensamientos. Levanto el auricular, una voz masculina muy cordial me invita a pasar.
Me acerco a la gran puerta cuando suena mi celular. Lo atiendo. Es Hernán.
–Sofía, ¡por favor no te vayas!-
-Hernán, no puedo atenderte ahora. Ya me llamaron. Hablamos después-.
-Sofía, te lo suplico, quédate aquí conmigo. Te necesito-, me dijo.
Pienso en la súplica de Hernán. Sus palabras parecen sinceras pero también me atrae el misterio de esta entrevista.
-Tal vez es el comienzo de una aventura infinita.- me dije a mi misma.
La decisión está tomada, abro la puerta. Una luz blanca muy brillante me da en pleno rostro, una música suave se escucha y al final de ese pasillo, en un cartel de neón está escrito mi nombre. Ya no siento dolor, camino normalmente. Miro hacia atrás, la puerta se ve pequeña. Aún escucho en mis oídos las palabras de Hernán pero ya es tarde para volver. Mis pies se alejan del piso, floto. Cierro mis ojos y veo el mar muy azul, la playa, mi cuerpo sobre la arena blanca, comienzo a nadar con la corriente. Todo es cálido, todo es paz. Abro los ojos, sigo flotando. No estoy sola, ella está aquí, aun no la he visto pero la presiento. Extiendo mis manos como buscándola pero aún ella no aparece. En mis oídos repica la voz de Hernán: -No te vayas -.
Cierro los ojos otra vez, me dejo llevar por la luz que inunda la gran sala. El agua de nuevo me rodea, nado en ese inmenso mar , en la playa hay gente, algunos rostros son conocidos. El abuelo Juan junto a una fogata, la tía Olga buscando mejillones en las rocas, la abuela Elena con su vecina Marcelina juegan a las cartas. Me ven, me sonríen y me siento bien porque sé que no estoy sola.
Abro mis ojos, la luz cada vez es más brillante, una silueta se acerca, es ella. Joven, hermosa, me tiende su pálida mano en un gesto amable, la tomo, mi cuerpo se estremece.
-Sofía, no me dejes…regresa-, es la voz de Hernán que se siente a lo lejos.
Cierro los ojos otra vez, me dejo llevar por la luz. Ella está conmigo, tiene mi mano entre las suyas. No sé a dónde voy pero presiento que me agradará. Ella y Hernán sí saben… ellos saben más que yo.