jueves, 1 de agosto de 2013

SUEÑO DE MAR

SUEÑO DE MAR
Cuento ganador en Concurso Club Naval 2013
Espero que lo disfruten


                                                SUEÑOS DE MAR
Un día antes de que el otoño dorara los parques  junto a la bahía, la mujer subió con nuevas vituallas al velero amarrado en el Puertito del Buceo. Martín estaba en la litera, dejó el libro, extendió los brazos y Silvina se fundió en ellos hasta el atardecer. Bebieron vino y al subir a cubierta, la tarde invitaba a un paseo junto al mar. Los amantes entrelazados entre risas y miradas cómplices caminaban en la arena fina. En una pequeña entrada, el agua lamía las rocas. Silvina se sentó enrollando su blanco y etéreo vestido posando sus ojos oscuros en un pequeño barco surcando el mar con sus velas desplegadas.
- ¿Recuerdas el “Carol White? -, preguntó ella.
- ¿El velero de Ángela María? -, exclamó él.
- Quisiera que me lo regalaras -, dijo Silvina sin mirarlo.
- ¿Para qué quieres esa reliquia? -, preguntó Martín.
- Siempre lo quise.  Con él recorrería nuestro país, el  mundo, surcaría cada mar, cada río, atracaría en cada isla y me sorbería todo el sol, todos los vientos -, dijo ella al tiempo que  su pelo ondulado y largo se movía con la brisa de la tarde.
- Mi velero está listo para tus viajes -, le susurró él.
Silvina se estremeció, lo acaricia, le da un beso y comienza a correr por la orilla al tiempo que gritaba: “Sacaremos nuestros pies de la tierra, beberemos los ríos, visitaremos todos los puertos, todas las bahías, todos los muelles.”
Su risa fresca y espontánea inundó la playa y juntos volvieron soñando al pequeño barco de Martín. Él preparó una cena ligera, estaba cansado, pocas horas de sueño y mucho amor habían agotado su bronceado cuerpo que a esta hora sentía sus músculos tensos. Ella lavó la vajilla y fue a acostarse junto a su amado. Martín ya estaba dormido, su rostro curtido por el viento y el sol era hermoso. Silvina lo amó desde el primer día que lo vio en el muelle cuando su padre le regaló un paseo por el mar. Él estaba parado en cubierta, su cabello negro y alborotado sobresalía debajo de su gorra de marinero, pantalones blancos cortos  dejaban ver unas piernas fuertes y una camisa a rayas en parte desprendida donde los músculos se delineaban al igual que los de sus brazos. Desde ese día, ella no sólo amó a ese hombre sino también al mar. Martín le enseñó a adujar las velas, enrollar las cuerdas en la cornamusa, las drizas de las banderas, pero lo que a ella más le gustaba era poner proa mar adentro.
-Partiremos al amanecer -, le dijo él y Silvina se sorprendió, intentó incorporarse pero Martín la tomó de la mano, la acercó a su lado y continuó diciendo: -Cuando el primer rayo intente romper el horizonte, saldremos a bebernos el mar, mi amor -.
Ella no hablaba, su imaginación volaba más allá del océano mientras la voz de Martín susurraba el itinerario.
-Te compraré el mejor crepúsculo en Cabo Polonio, un par de caracolas en La Paloma, un moño azul en el Solís, el lucero en el Atlántico y esa muñeca negra de porcelana que añoras la encontraremos en Martín García-.
Silvina seguía con sus ojos cerrados el viaje que le contaba su amado. Podía ver la mejor puesta de sol en las dunas, sentía el ruido de las olas en aquellas grandes conchas que supieron encerrar vida, el moño que aparecía en sus sueños atado de los barrotes de la ventana como esperando una señal de amor, la primera estrella que anuncia la noche, y la pequeña “Taína”, esa muñequita que vio por primera vez en la vidriera de una casa de antigüedades en Tristán  Narvaja. El color negro brillante de su cara, brazos y piernas con aquel vestido de flores la cautivó y siempre quiso tenerla pero era muy costosa.
- En el Río Uruguay haremos una balsa de sauces y navegaremos por cauces perfumados de naranjos, pájaros de colores y cangrejos de río acurrucados entre las piedras.  Después nuestro velero fantasma subirá por el Negro para atracar en Mercedes y buscar al Dios Verde con su Biblia en la mano, miraremos los bagres asomarse de tanto en tanto como burlándose de los pescadores y bebiendo una copa de vino del Maúa, nuestra nave pondrá proa al fatigado Santa Lucía-.
- ¡Espera! -, interrumpió Silvina. – Primero quiero comprar una campana en San Gregorio de Polanco, luego regalarte un botecito en Villa de Soriano, darte una muñequera de caracolas en Carmelo y después, amarrar en la Isla San Gabriel, bailar alrededor de una fogata y decirte al oído “Te amo” -, termino diciendo.
- Seguiremos la ruta del Plata, un caballo blanco nos esperará en algún puerto y si el viento es favorable arribaremos a Kiyú para que el velero descanse y nosotros caminemos  siguiendo el aroma de los eucaliptus-, dijo Martín mientras la cabeza de su amada descansaba en su pecho.
-No te olvides de la Isla Gorriti, allí desnudaremos nuestros cuerpos y los peces danzarán dándonos la bienvenida -, dijo ella.
- El próximo atardecer será en la Laguna Merin-, interrumpió Martín y continuó diciendo:
- Te comparé un collar de ámbar para pescar luceros en el fondo, los juncos quedarán atrapados en tus hermosas pestañas y subiremos por el Yaguarón para mirar desde la proa un país ubicado junto al nuestro, con valles donde la primavera es eterna y el aroma del café inunda Río Branco y cuando te fatigues, cerraré tus ojos y una estrella muy brillante arrullará tu descanso, encenderé mi vieja pipa perteneciente a un bucanero y el humo al igual que nuestras fantasías, seguirá recorriendo mares y costas-.
Juntos, adosados sus cuerpos sedientos de amor, se fundieron en un abrazo y las aguas calmas de la bahía, arrullaron por siempre sus sueños de mar.

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